viernes, 22 de marzo de 2013

SOY FAN: de los baños relajantes

Cuando era pequeña en casa de mis padres no había bañera en el cuarto de baño. Teníamos un pequeño plato de ducha en el que todas las tardes mis padres me pegaban un buen repaso con agua y jabón después de haberme pasado la tarde correteando por el parque.


Años más tarde nos trasladamos a otro piso, esta vez sí, con bañera. Pero que ni una sola vez en todos los años que he vivido en casa de mis padres la utilicé con fines de descanso o relajantes. 

No fue hasta que me independicé que descubrí que las bañeras son fuente de placer y deleite infinito. El descubrimiento llegó una de esas tardes que sales de trabajar y estás hasta el moño de todo y de todos. Llegué a casa y cuando me planté delante de la bañera, probé a hacer como las chicas de las películas, que la llenan de espuma y se sumergen en ella durante largo rato cual diva agotada de ser admirada.

¡Oh señor! Bendita la hora en la que se me ocurrió rodearme de espuma, calorcito y agua. Una hora de reloj me pasé medio adormilada y todas las preocupaciones y las angustias se me fueron por el desagüe. Terminé como una uva pasa, pero el experimento bien mereció la pena.

Desde entonces he ido perfeccionando mis rituales de relajación a remojo, añadiendo sales y esencias aromáticas. Me resulta una afición tan placentera que a veces incluso en situaciones de estress con solo pensar en una bañera llena de espuma, ¡me siento mejor!

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