Dicen algunos expertos que el mejor cine es el que
enseña, el que da lecciones y remueve conciencias a favor de alguna
causa, generalmente perdida.
En el caso de
“Intocable”, cuyo
protagonista es un aristócrata tetrapléjico, podríamos prejuzgarla
y tildarla de película moralista con fondo bienintencionado para con
los más desfavorecidos, tuviera el argumento que tuviese. Pues bien,
Eric Toledano y Olivier Nakache son el ejemplo perfecto de directores
limpios de toda la parafernalia que rodea esa estrategia comercial a
la que nos referimos.
El argumento es de lo más sencillo. Philippe queda irremediablemente atado a una silla de ruedas para el resto de su vida y contrata a Driss como asistente, un joven senegalés procedente de uno los barrios más conflictivos de París. Es el tratamiento que se le da a la película lo que al mismo tiempo nos sorprende y nos agrada. En una continua lucha entre lo comedido y lo temerario, entre lo prudente y lo irreverente, en definitiva entre dos mundos aparentemente opuestos, encontramos que existe mucho más en común de lo que nos imaginamos. Y ese factor común tiene nombre: el humor. La intolerancia de Phillippe hacia la condescendencia que le rodea y la necesidad de Driss de abandonar el entorno ex carcelario en el que vive, hacen que juntos compongan un cóctel con sabor a risa, alegría, desahogo, osadía y descaro.
Una magnifica química entre los actores es otro de los
ingredientes que aderezan el éxito de taquilla francés. Es un
gustazo ver cómo los dos protagonistas actúan con tanta naturalidad
y hasta en ocasiones sientes un rabioso deseo de traspasar la
pantalla y pasear por la calle con ellos.
Como no podía ser de otra manera, a la salida del cine
te enfrentas de nuevo a la realidad con otro talante, con unas
inmensas ganas de gritar que la vida, hay que vivirla.
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